Salvemos juntos el Ayuí

Aprende más acerca del proyecto que pretende inundar 8.000 hectáreas para plantar arroz y soja en Corrientes. Los ríos en Argentina son un bien público, sería la primera vez que una empresa se adueña de un río, en beneficio propio ¿podrían entonces otras empresas hacer lo mismo y adueñarse de cualquier río en nuestro país? Texto completo

23/7/08

Que el árbol no nos tape el bosque

Por Sebastián Oscar Barbará

En el año 1818, la escritora inglesa Mary Shelley dio a luz una obra literaria que había sido engendrada un par de años antes en el marco de un pasatiempo burgués. Era una novela gótica basada -cuando no- en un antiguo mito de la tradición clásica, que con el tiempo cobró gran popularidad, llegando incluso a convertirse en un clásico del género de terror en la pantalla grande, a la que arribó en numerosas versiones y adaptaciones. El título de la obra comprendía una palabra que devino en indiscutible elemento semiológico de la cultura occidental, me refiero al apellido del personaje principal de la novela: Víctor Frankenstein.
Ya en el siglo XX, los numerosos embates de la industria de Hollywood y su voracidad comercial llevaron a que, entre otras cosas, se trasladara erróneamente el nombre del doctor Frankenstein a su macabra creación, que en la obra original carece de nombre propio; y a que el monstruo fuese cobrando esa fisonomía que se convirtió en un ícono inconfundible. Pero más allá de estas curiosidades, la fuerza y el valor de la obra radican en la temática que subyace al relato ficcional, el cual indirectamente incursiona en el campo de la ética científica y de la responsabilidad sobre el proceder de cada individuo, valiéndose de una fábula cuya fórmula se ha visto repetida hasta el absurdo en la historia de la humanidad: la del creador que, arrobado por la ambición y sin medir las consecuencias de su imprudente accionar, termina siendo víctima de su propia creación.

El dato viene a cuento porque, por estos días, la sociedad correntina -y más precisamente, la del Departamento de Mercedes- corre el serio riesgo de repetir, de manera inaudita, la historia del renombrado personaje de Mary Shelley; esta vez bajo la forma de un colosal emprendimiento productivo del sector privado, que amenaza con borrar del mapa un importante tramo del arroyo Ayuí Grande sepultando, bajo un lago artificial destinado a riego, alrededor de ocho mil hectáreas de un riquísimo ecosistema que incluye tierras productivas, bosques nativos y especies autóctonas protegidas.

El lanzamiento del proyecto de marras, que tuvo lugar hace algunos días en la ciudad de Mercedes, tuvo todos los condimentos de una portentosa dramatización cuyos ribetes bien le valdrían ser enmarcada dentro de la sátira o el grotesco criollo; todo ello si no aconteciera que existen realidades ineludibles, las cuales hacen que el asunto en cuestión apunte, más bien, a resultar en una verdadera tragedia. En la ocasión fue posible apreciar falseamiento de la verdad en datos objetivos, ninguneo de cuestiones ambientales, precariedad científico técnica y menosprecio de la legalidad a cargo del personal técnico de copioso curriculum a cargo del proyecto. Pero, aunque a la sazón resultaran actores de menor porte, sería injusto omitir una especial mención al aporte que realizaron dos empleados de una de las empresas inversoras, quienes con su participación lograron un singular tinte melodramático -con cierto regusto jocoso para un buen entendedor-, apelando, el uno, a una retórica de mercachifle más digna de un puntero político que de alguien con formación técnica, y el otro, sumando a lo anterior la torpeza histriónica de la que ya hiciera gala en similar ocasión y en el mismo escenario.

Así, los concurrentes terminamos asistiendo a una puesta en escena cuyas ínfulas fueron disipadas gracias a la participación de cierto sector del público, que atinó a hacer sonar las campanas maliciosamente acalladas por los organizadores. Las ya nombradas falencias, entre las que se cuentan datos erróneos, estudios ambientales inconclusos y soluciones a todas luces insuficientes para el daño ecológico, fueron desplazadas por el constante enaltecimiento de las virtudes socioeconómicas del emprendimiento. No obstante, en el tiempo destinado a las preguntas del público, hubo planteos y cuestionamientos de tipo legal y técnico que resultaron más que suficientes para evidenciar que ciertos argumentos tenían la solidez de un castillo de naipes.

Fue entonces cuando la “obra” entró en el plano tragicómico, porque cuando la ciencia y la ley no dan respaldo, es necesario buscarlo en otros ámbitos, y eso fue lo que pretendieron lograr dos gerifaltes de una de las empresas involucradas. El método empleado, hoy muy en boga, consiste en crear dicotomías a partir de planteos espurios, con una postura que representa el bien frente a otra que encarna el mal en todas sus vertientes; dicho de otro modo, lo que se hace es dividir arteramente a la sociedad en dos grupos antagónicos, esencialmente irreconciliables, y a partir de allí, instigar a la gente a alinearse en uno u otro bando, de los cuales el “bueno” siempre es el del instigador. Este esquema, en boca de los inversores, suena más o menos así: “nosotros somos los benefactores de la sociedad; haremos el sacrificio de arriesgar nuestros ahorros en este proyecto productivo, el cual desarrollamos merced a nuestro amplio conocimiento técnico, teniendo como principal interés el contribuir al desarrollo socioeconómico de la región, y la producción en gran escala de alimentos que ayude a mitigar el hambre del país y del mundo.”; y, a la vez, hacen que la postura antagónica diga: “ellos, los ecologistas radicalizados y otros personajes sin conocimientos técnicos, pretenden impedirnos llevar a cabo esta obra de bien con el pretexto de salvar unos cuantos árboles y otros tantos animalitos, y dejar que el agua corra inútilmente por ese arroyo; cosas que no aprovechan a nadie y que, en realidad, podrían esconder la intención de sumirnos a todos en la pobreza, la desnutrición y el atraso”. Es una metodología que no nos resulta extraña, dado que ya ha sido puesta en práctica por los militantes de “Iberá: patrimonio de los (productores) correntinos”; quienes en esta ocasión cedieron el protagonismo para conformarse con un modesto papel de “idiotas útiles”, que nunca faltan en ocasiones como esta.

Ante ello, es necesario que, como sociedad, abramos los ojos y no nos dejemos llevar por cantos de sirenas: el verdadero planteo no es dicotómico, nadie pretende discutir “producción: sí o no”; lo que es necesario debatir civilizadamente es el “cómo”, es decir, de qué manera vamos a producir, qué estamos dispuestos a sacrificar, qué alteraciones al medio ambiente son tolerables y qué prácticas se inscriben dentro del concepto de desarrollo sustentable, eso que las naciones más avanzadas del planeta, al cabo, han empezado a tomar en serio y ya están poniendo en práctica.

Por otra parte, a la cuestión ecológica, muchas veces menospreciada, se suma la cuestión legal, ya que el proyecto presupone groseras contravenciones que van desde la Constitución Nacional hasta el Código de Aguas de la Provincia de Corrientes. Es una obviedad decir que el cumplimiento de las leyes está en la base del normal funcionamiento de toda sociedad; y la no observación de las mismas -por desgracia, tan común en la Argentina- corrompe la civilidad y las relaciones sociales, lo cual a la larga resulta, ni más ni menos, que en el principio de todos los males. Y en lo que atañe a este emprendimiento productivo, es este un punto en el que es menester poner especial énfasis; sobre todo después de haber oído que, para los técnicos que lo desarrollaron, el tema legal es “una cuestión de interpretación” que, desde ya, ellos interpretaron en su favor. Por eso el proyecto es presentado ante las autoridades provinciales, trasladándoles la presión de una responsabilidad que no deberían asumir, y en vastos sectores de la sociedad, automáticamente se despiertan suspicacias; principalmente porque la población en general percibe un alto grado de volubilidad moral en sus gobernantes cuando se trata de cuestiones que suponen grandes intereses económicos.

Es por todo ello que, si bien debemos evitar las posturas cerriles y, al contrario de quienes sólo pretenden imponer sus razones, permanecer abiertos a un debate civilizado, constructivo y superador, como pocas veces, es fundamental estar atentos al devenir de los hechos y conservar un espíritu crítico, atento a cada contingencia y a cada discurso; porque así será posible descifrar los solapados intentos de manipulación a que nos someten quienes sólo defienden sus propios intereses. Es necesario tomar consciencia de que, tras los espejitos de colores del beneficio económico, se podría estar engendrando una catástrofe ambiental y sanitaria que, además, conllevaría el daño sociopolítico de la violación de las leyes. Dicho de otro modo, debemos evitar que el árbol nos tape el bosque; y así, al mismo tiempo, también evitaremos que lo tape el agua.

Sebastián Oscar Barbará

Mercedes - Corrientes


Cyberacción. Salvemos juntos el Ayuí