Salvemos juntos el Ayuí

Aprende más acerca del proyecto que pretende inundar 8.000 hectáreas para plantar arroz y soja en Corrientes. Los ríos en Argentina son un bien público, sería la primera vez que una empresa se adueña de un río, en beneficio propio ¿podrían entonces otras empresas hacer lo mismo y adueñarse de cualquier río en nuestro país? Texto completo

5/9/08

LOS ÚLTIMOS RETAZOS DEL PARAÍSO


Por Jorge Cappato (*)

“No tenemos que construir un paraíso, la Tierra lo es.
Sólo tenemos que volvernos aptos para habitarla”
– Henry Miller, 1941

“Imagina a la gente / viviendo la vida en paz…
Sin necesidad de codicia o hambre / compartiendo el mundo...
Puedes decir que soy un soñador / pero no soy el único
Espero que algún día te nos unas..”
– John Lennon. Imagina, 1971


Imagina un mundo donde queden muy pocos retazos del paraíso que fue la Tierra antes de que la especie humana inventara las topadoras, las motosierras, los agrotóxicos, los monocultivos, los transgénicos y las represas.

Imagina un mundo donde las especies se extinguen, y que muchas de ellas desaparecen para siempre sin siquiera haberse estudiado. Y que desaparecen a un ritmo increíble, sólo comparable al ritmo inverosímil al que se expanden millones de hectáreas de monótonos sembradíos –no para aplacar el hambre del mundo sino para criar cerdos y producir jamón que consumirán unos pocos, o para alimentar las fábricas de biocombustibles sin importar que a otros –seres humanos–, les falte alimento.

Imagina un mundo donde se queman intencionalmente los últimos bosques y donde –bajo los embalses implacables de las represas–, se ahogan y sepultan para siempre algunos de los últimos santuarios de la naturaleza y de la vida.

Imagina un mundo donde hay gente que no se conmueve ante el canto de los pájaros, ni ante la belleza del silencio, ni ante el fulgor único de un atardecer. Gente que es capaz de todo por aumentar su poder, por acumular dinero. Gente para la cual la naturaleza es un espacio vacío e inútil que hay que ocupar, transformar –cualquiera sea el costo social o ecológico–, para poner a “producir”. Gente que paga a otra gente para que justifique “científicamente” este costo impagable y, como los sofistas en la antigua Grecia, encuentre argumentos para prometer lo imposible: que este estilo de “progreso” beneficiará a todos.

Gente que no sabe, no siente, o no entiende, o no quiere entender, que la naturaleza produce. Produce cosas palpables –e intangibles–, que sólo los ecosistemas naturales pueden producir y mantener. Y algo fundamental también para tener en cuenta: que sólo la naturaleza puede producir gratis cosas que, además, son indispensables para nuestra vida.

Porque nada ni nadie, aparte de los ecosistemas naturales, puede producir y mantener gratis –absoluta y totalmente gratis: peces, agua dulce, oxígeno, madera, pájaros, clima predecible y agradable, nubes, lluvias, praderas, suelos fértiles, bosques, ríos, paisajes únicos, sonidos únicos, silencios únicos… Es decir, el cimiento vital para la existencia de sociedades prósperas, estables, seguras, felices, sostenibles y productivas.

Entonces, imagina un mundo donde hay gente que no se conforma con las millones de hectáreas que ya existen de cultivos; gente que no piensa en recuperar suelos que ellos mismos agotaron… y que vienen por más. Gente que no entiende que es necesario, más aún, imprescindible, que –si queremos que nuestra especie sobreviva–, sepamos conservar, proteger, mantener y defender los últimos retazos de naturaleza que quedan en nuestro planeta.

No quizás para preservarlos totalmente en un ciento por ciento intactos, pero sí para utilizar estos últimos trozos de lo que fue un paraíso, con prudencia, inteligencia, cuidado extremo y a perpetuidad. Incluso, ¿por qué no? para obtener beneficios económicos, sí, pero para la gente, protegiendo al máximo y simultáneamente estos ambientes. Beneficios en primer lugar para las comunidades locales. Beneficios sostenibles proporcionados por actividades verdaderamente amigables con el ambiente; diseñadas e implementadas con la gente y para la gente, y no para unos pocos “inversores” –subversores del buen vivir, extintores de la vida plena, especialistas en falsas promesas.

Quizás así podamos imaginar otro mundo. Un mundo donde es posible que la gente tenga un trabajo digno, educación, salud, y que además conserve su cultura y su estilo de vida, sin tener que destruir su entorno. Sin tener que tolerar que se les diga –y se les induzca a aceptar–, que contaminarse “un poco” y perder la naturaleza que les pertenece es el necesario “precio del progreso”. Quizás así podamos imaginar un país donde hay espacio para los que cultivan, espacio para las industrias, espacio para los pueblos y ciudades, pero también un lugar para los bosques, para los ríos y para el resto de naturaleza que nos queda.

Un mundo donde finalmente la mayoría comprenda que en esta guerra contra la naturaleza, los que perderemos más (o todo) somos –responsables o no–, cada uno de nosotros. Que conservar lo poco de naturaleza que nos va quedando no es un capricho, sino una necesidad imperiosa, un tema de supervivencia de nuestra especie, una cuestión científica fuera de toda discusión. Que es necesario un equilibrio entre la cantidad de ecosistemas transformados (simplificados), sean urbanos, agrícolas o industriales y la cantidad, la proporción de ecosistemas naturales (complejos y altamente productivos) que nos quedan. Y que muy probablemente ya hemos traspasado el límite, la carga, que la Tierra y sus sistemas –que sustentan nuestra vida, es capaz de soportar.

Entonces imagina un mundo. Un mundo donde el Ayuí siga corriendo. Donde los peces, los pájaros y los árboles, los amaneceres y los atardeceres del Ayuí, la luna y las estrellas reflejadas en la noche de sus aguas, sigan alimentando nuestro cuerpo y nuestro espíritu.

Un mundo donde éste lugar –que es un lugar absolutamente único para todos, y especialmente para quienes lo aman y viven allí, o cerca de él–; donde este espacio, este paisaje, que es unos de los pocos retazos del paraíso que aún podemos conservar, sobreviva porque hayamos logrado salvarlo.

En ese mundo, podrás llevar un día a tus nietos de la mano, llegar hasta ese lugar sagrado y, con orgullo y lágrimas en tus ojos de anciano o anciana, decirles: _Lo defendimos para nosotros, y para que vos también puedas verlo.

(*) Jorge Cappato, Presidente, Comité Regional Sudamericano de UICN Director Gral, Fundación PROTEGER

Foto: Ayuí Grande; gentileza Aníbal Parera

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